Las muñequitas a las que me refiero buscan un patrón para que se divierta con ellas. Su sueño desde que están en edad escolar es hallar a quien las saque de la pobreza.
Sobre ellas han escrito libros, han hecho telenovelas y casi que sus sueños han sido apologizados, lo que las convierte en estrellas deseadas y parte de un mercado obsceno que se extiende como un cáncer social.
Hace pocas semanas, la ex senadora María Luisa Calderón, precandidata a la gobernación del Estado de Michoacán (hermana del presidente de México), reveló que el 40% de las alumnas que cursan la secundaria en su región “sueñan con tener un romance con narcotraficantes”.
El dato, más que impactante, es vergonzoso. Esta fascinación de las muchachas con el crimen organizado no solo tiene que ver con la búsqueda de comodidad y lujo, sino con el poder. Muchas de estas chiquillas, oprimidas por una sociedad elitista, clasista y que relega de manera denigrante, creen que podrán alcanzar el estatus de quienes las humillan.
Otro dato escalofriante es cómo ciertas jóvenes, al no alcanzar su objetivo de “cazar” a un narcotraficante, terminan formando parte de la red de sicarios de los carteles de la droga.
Los narcos han incorporado a sus filas a mujeres asesinas porque la seducción que ellas provocan es la vulnerabilidad de sus enemigos. Los Zetas, por ejemplo, una organización narco-paramilitar que ha extendido sus brazos desde México a países como Guatemala, Honduras y El Salvador, están usando a decenas de jovencitas para cometer crímenes.
Esta verdad se dio a conocer en 2007 en un enfrentamiento entre el ejército y narcotraficantes en Apatzingán, Michoacán. Una gran parte eran mujeres sicarias. Cuando visité esa población a mediados del año pasado, comprobé que allí hay sobrepoblación de mujeres. Mientras hacía entrevistas en la plaza principal, noté a chicas armadas que nos rodeaban. El guía, un periodista ducho de la región, nos calmó y nos dijo que “nos estaban cuidando”.
La atracción fatal que tienen las jóvenes por el poder que reflejan los narcotraficantes es un hechizo maligno y fugaz. Por lo general, no llegan a la edad adulta porque terminan asesinadas, o como prostitutas de los capos de bajo rango, o en la cárcel.
Gran responsabilidad por esta apología del delito la tenemos los periodistas que alimentamos la ignorancia de una sociedad que se pervierte fácilmente, porque la raíz está mal desde los hogares. La disgregación familiar, el alejamiento de la fe o la tergiversación de la religión y la inmoralidad.
En las barriadas populares de Ciudad Juárez, en el Estado de Chihuahua, el más violento de México, los niños no sueñan con ser bomberos, astronautas, ni médicos. Quieren ser sicarios o capos de un cartel.
Algo muy similar vivió Colombia en los años 80 y 90, cuando narcos sedujeron a niños y jóvenes para que hicieran parte de sus filas de la muerte.
Los gobernantes, los maestros, los padres de familia y los periodistas, tenemos un adeudo social con la juventud que está creciendo en medio de la violencia. Debemos enseñarles a estas muñequitas que sueñan con tener una aventura con un narcotraficante, que la maldad no paga.
FUENTE:RaulBenoit
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