viernes, 21 de mayo de 2010

El poder de la palabra


Jamás pude imaginar el poder que se desencadenaba cada vez que empezaba una nueva historia. Y no lo hubiese sabido jamás de no ser por la serie de sucesos que un día, tan normal como cualquier otro, comenzaron a acontecerse en mi vida.
Para empezar resumo en unas líneas que llevo unos años escribiendo, no como profesional, sino como un simple aficionado del uso de la palabra para contar cosas, para describir fantasías que mi alma incontenible me empuja a descifrar. Mi nombre es Gabriel, mi profesión cualquiera que me mantiene sobreviviendo y mi pasado se reduce a unas cuantas aventuras amorosas y una familia a la que apenas veo debido a la distancia que nos separa.
Hace unos meses, que bien podrían parecer años por el desgaste físico y mental sufrido, empezaba otro de mis cuentos… La inspiración estaba un poco oxidada por el desuso y las ideas no fluían con soltura, casi podía oír el eco de las pocas ideas que aparecían en mi mente, casi podía sentir el vacío que se revolvía en mi interior. No tenía nada que contar, no sabía que decir, no tenía nada nuevo que aportar al mundo. Allí me encontraba yo, obligado por mi mismo a una especie de ritual que consistía en forzar la maquina creativa delante de un papel en blanco, en el más absoluto silencio y con la pluma dispuesta a garabatear una buena historia. Este acto no se consumaba todos los días a la misma hora, que diablos, este acto no se consumaba todos los días. Si bien era diaria la intención de escribir, eran pocos de ellos los que realmente hacía acopio de valor y me enfrentaba a esa inmensidad pálida y secante. No recuerdo de que trataba la historia que comencé a esbozar, ni si llegué a escribir más de media página. Sólo recuerdo el murmullo…
Un lejano murmullo que se aproximaba con lentitud… eso era lo que oía. Parecía un sonido proveniente de mi cabeza, algo similar al pensamiento pero con un tumulto de voces muy escandaloso, aunque muy bajito. Poco a poco, y al decir esto quiero decir día tras día, el murmullo fue haciéndose más sonoro en mi cabeza, fue teniendo más presencia e incluso podía distinguir palabras entre tanto jaleo proveniente de miles de voces diferentes. Empecé a preocuparme y tomé la decisión de acudir a un buen amigo licenciado en Psicología, temía que estuviese empezando a sufrir algún trastorno mental de carácter esquizofrénico o algo así. Me hizo preguntas, me psicoanalizó, me estudió y lo único que me dijo es que era posible que aquello fuese estrés, pero nada más. Me dijo que me tomara unas vacaciones y descansara. Le hice caso. Y las voces seguían estando allí. Esto siguió aumentando de forma gradual. Cada vez más voces, cada vez más claridad, cada vez más volumen en mi cabeza… tenía la sensación que aquello era algo externo, o al menos, que no era un producto de mi imaginación. El porqué es sencillo, comprobé que tapándome los oídos con ambas manos el sonido se hacía más leve e incluso si me apretaba con fuerza desaparecía. La situación no se presentaba muy bien. Yo, Gabriel, admito que soy un fanático de todos esos misterios que nos presenta la humanidad y que a día de hoy no tienen explicación científica. Me bebía los libros de parapsicología y todo lo relacionado con el mundo paranormal, con el esoterismo y hechos insólitos del mundo, así que todo aquello empezó a tomar un cariz muy en la línea de todos estos temas. Un día, al despertar pude oír mi nombre con claridad, ya no había murmullo, ya no había cientos de voces en mi cabeza, ni fuera, solo había una voz. Una voz que hablaba con claridad, una voz que me decía cosas, una voz que me “guiaba�?. Esa voz fue la que me dictó las historias de mi último libro, ese que sí triunfó y se vendió como best-seller en muy pocas semanas, ese que era tan diferente de lo que yo solía hacer, tan diferente a mi. Era un libro con cuarenta y cinco historias, todas ellas con un mensaje para el lector: Paz y Amor. Cuarenta y cinco historias cargadas de humanidad, de revelaciones futuras y pasadas tratadas como un cuento apto para todas las edades. Pero al tiempo que escribía todos esos relatos, esta voz que fue cobrando forma, me dio una valiosa lección que nunca olvidaré.
Como decía, me levanté esa mañana y al quitarme los tapones, sabio invento a la hora de aislarte del ruido mundano, solamente oí una voz que me llamaba por mi nombre. Una voz tan clara que empecé a buscar por toda la casa al interlocutor. Sobra decir que no encontré nada. Pero la voz seguía diciendo mi nombre, con suavidad pero con firmeza, era una voz de talante masculino, muy varonil y, curiosamente, al tiempo muy femenina. Era algo que a día de hoy sería incapaz de describir y dudo que pueda algún día a hacerlo. Bastó que dejara de buscar. Me situé frente al espejo, pasaron segundos, minutos… mis ojos se enfrentaban a los ojos de ese otro que habitaba en el espejo, desafiantes, fríos y firmes. Entonces la voz empezó a hablar, con claridad oí el mensaje: “hola Gabriel, estoy aquí para hacerte comprender�?, eso fue lo primero coherente que oí de aquellas voces, una frase completa, no palabras sueltas e inconexas. Esa voz se presentó como Kaisem y afirmaba proceder de la cuarta dimensión. Yo había oído hablar de esta dimensión en los muchos libros que leí al respecto de apariciones, contactos espiritas y otros sucesos de índole paranormal, pero nunca llegué a imaginar que yo pudiera ser una de aquellas personas que aparecían como protagonistas en tantas y tantas historias. Tras varios días exponiéndome ciertos asuntos básicos para entender el funcionamiento de su mundo, del mío y de la conexión de ambos, se hizo visible. Kaisem se materializó físicamente ante mí. Entonces me dijo cual iba a ser mi tarea de ese día en adelante, me mostró la luz, el camino de una vida que siempre había anhelado. Me ofreció la libertad de elegir y mi elección fue aceptar el reto, el desafío de ser el transcriptor de aquellos mensajes que forjarían una humanidad, valga la redundancia, más humana. Cuarenta y cinco historias que darían respuestas a niños y adultos, que marcarían un camino de buenos pensamientos y acciones en este mundo tan desgastado y viciado emocionalmente.
Una de las cosas que me expuso fue la importancia de ser escritor en este mundo con respecto a esa cuarta dimensión. Me dijo “como es abajo es arriba�? y con eso quiso decir que cualquier cosa que los seres humanos decimos, hacemos, pensamos o creamos en este mundo, crea un efecto en esa otra cuarta dimensión. Me mostró como todos esos personajes de mis historias, todo eso que sucedía en mis relatos, tenía un terrible efecto en esa cuarta dimensión y como si fuese un frontón rebotaba con más fuerza contra este mundo, el nuestro. Así, todo aquello que afectaba negativamente a esa dimensión se reflejaba en este mundo con una negatividad multiplicada. Cada asesinato que ocurría en la ficción de mis relatos producía un mal pensamiento en la gente mentalmente débil, y, si esa persona tenía en su interior una mentalidad asesina en potencia, ese pensamiento aparecía a modo de tentación y en muchas ocasiones llegaba a materializarse en forma de homicidio o intento de. Igual pasaba con todos los sentimientos, actos, pensamientos… que transcurren en cada historia y que se relacionan a cada personaje. Así Kaisem me hizo ver el daño que se podía ocasionar con solo escribir, decir o pensar algo, cualquier cosa, por ínfima que parezca produce un efecto sobre aquel mundo y, en consecuencia, sobre este. Pero también me mostró la otra cara, la del poder de cambiar este mundo de forma positiva. Era una buena oportunidad para empezar de nuevo y aprender de nuestros errores. Quizá fuese la última, así que no podía dejarla pasar.
Hoy podría seguir pensando que todo aquello fue un delirio mental, pero las historias que Kaisem me legó están ahí fuera, en un libro que es una auténtica revelación para mi y para el mundo. Hoy en día sigo oyendo a Kaisem, a mi guía e instructor. Hoy en día he conseguido salvar y crear vidas humanas con la no destrucción, con la no violencia y con mucho Amor en mis relatos. Hoy en día es cada vez más la gente que evita hablar o pensar mal de otros, la que piensa menos en el dinero y más en la vida, la que vive menos para sí mismo y más para el prójimo. El mundo está cambiando, yo solamente soy un pilar, un instrumento de tantos… y hoy me siento feliz de haber proporcionado un aliento de Fe y Esperanza a esta nueva humanidad que está amaneciendo.(Víctor Morata Cortado).

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