El monasterio estaba rodeado por un hermoso jardín, por el que discurría un arroyo de aguas frías y cristalinas. Hermosos árboles y preciosas flores lo adornaban.
Un día, paseando el maestro y sus discípulos por el jardín, el maestro les ordenó que lo limpiaran perfectamente.
Ahí, estuvieron todo el día, ordenando las piedras que bordeaban el riachuelo, puliendo la madera del puente que lo cruzaba, arrancando malas hierbas y quitando hojas y ramas secas.
Cuando terminaron, se acercaron al maestro y le preguntaron, si el trabajo había sido perfectamente hecho.
El maestro, dió una vuelta por el jardín, se acercó a un árbol, lo sacudió vigorosamente y cuando unas hojas cayeron al suelo, se volvió hacia sus discípulos y dijo : " ahora está perfecto".
Carmen Cabezas de Antonio
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