jueves, 17 de diciembre de 2009
El secreto de los minaretes suizos
Los minaretes de la discordia
En la arena internacional, cuando se quiere minar el prestigio de un país, de una manera sibilina se le reconoce su éxito, y a la vez se le pone un pero. Es conocido el pasaje de la película El tercer hombre que afirma burlonamente que la mayor aportación de los suizos a la historia es el reloj de cucú, pero quien posee uno sabe que no se trata de un objeto baladí sino todo lo contrario, contiene más de lo apreciable a simple vista.
Suiza ha reaccionado de forma perspicaz a la mayoría de sus retos históricos, y, quizás por ello, el resto de los países tiende a minimizarlos. Es un pequeño país que sobrevive gozando de una salud que ya desearíamos para algunas de las naciones más antiguas de Europa. ¿Dónde reside su éxito?
Tal vez en la inteligencia práctica que supo hacer del secreto bancario una virtud, y ahora que la hipocresía internacional desaparece por la proliferación de paraísos fiscales, los suizos, de forma meditada y acertada, abandonan esta práctica bancaria pero brindan a sus clientes seguridad financiera. Los demás no pueden ofrecer esto. Y, sin embargo, en el terreno político se muestran todavía astutos. Son célebres los referendos, esa forma que tanto asusta a muchos políticos en democracia, en los que dijeron no a su pertenencia a la ONU, aunque rectificaran, y a la Unión Europea. Disfrutaban de todas las ventajas del club sin tener que pagar por ello.
Ahora se destapan con otro que atenta contra el nirvana de lo políticamente correcto: acaban de decir que no quieren minaretes de mezquitas. ¿Qué reflexiones podemos sacar de esta respuesta que tiene la precisión de un cucú? La primera es que las élites políticas están conduciendo a los ciudadanos a donde no quieren ir, y cuando les dan la oportunidad de expresarse, les dicen tranquilamente a sus políticos que hoy no meriendan con su empanada mental. Los ciudadanos viven en la calle, los barrios, y no en palacios, donde incomprensiblemente la ley posee la mágica capacidad de convertir todo en posible.
La segunda demuestra que el intento de usar metafóricamente los minaretes como arma arrojadiza contra el cristianismo, para así instaurar un laicismo social, conlleva un desconocimiento de la naturaleza humana, de los sentimientos de los ciudadanos y ahonda en la confusión multicultural que pretende hacer a todas las religiones iguales.
No es sano que los ciudadanos hagan suyos los objetivos de los políticos; tendría que ser al contrario. Es difícil compartir ese espíritu autodestructivo del que hablaba Monstesquieu, y que guía a esos devoradores del falso progreso, que con tal de avanzar, no se detienen ni en el borde del precipicio. Menos mal que esta loca humanidad lleva algunos suizos en el grupo que son capaces de gritar que nos despeñamos. Ya tenía razón el descreído André Malraux; el siglo XXI está siendo eminentemente religioso.
José Ramón García Hernández es analista internacional
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3 comentarios:
Me sumo a los parabienes. Hablando claro y con rigor, al más puro estilo Intereconomía.
Si más veces escucharan nuestros políticos lo que queremos los ciudadanos. Si las urnas no fueran la excusa periódica para ocupar el sillón y olvidar las promesas electorales. Si pudiéramos ver cómo se impulsa de verdad la educación, la investigación, el trabajo, la seguridad, el empleo, y un buen futuro para nuestros hijos (eso sí es sostenibilidad).... y se dejaran de querer adoctrinar a los ciudadanos, de hundirnos en la ruina, de usarnos como cobayas para sus experimentos sociales... tendríamos de verdad una democracia y no unos déspotas des-ilustrados encolados al sillón de los privilegios y al dominio de la "saca" pública.
Si el programa fuera la biblia por la que se rige un gobierno (añoranza del Califa, quien lo iba a decir), y no un si te he visto no me acuerdo para luego sacar de la chistera el programa B, o la improvisación de turno, llevándonos a todos a donde nadie quería ir... o quizás sólo unos pocos. Yo quiero una democracia abierta. Quiero primarias y secundarias. Quiero decidir sobre las cosas de mi pueblo, de mi casa, de mi país, o de mi partido si lo tuviera; y quiero que me dejen ser libre para pensar y decidir, y proponer lo que me crea conveniente.
Gracias José Ramón. Sabiendo que bien sabes que el reloj cucú no lo inventaron los suizos, aunque esa ya es otra película...
Ojalá en España existiese una democracia directa como la que se ejerce vía referenda en Suiza. Estoy convencido de que ni la inmigración ni el Islam tendrían aceptación entre nosotros. Los pueblos soberanos deberíamos tenere reconocido el derecho a poder elegir con quiénes queremos compartir nuestras vidas y con quiénes no.
Suiza es el único país del mundo en donde la democracia es real y no ficticia como en España. Tanto si los aprobamos como si los suspendemos, los suizos nos dan lecciones de democracia todos los días. Allí, como bien dice el artículo, no es el político el que conduce al ciudadano; allí es el ciudadano el que condiciona al político. Allí los políticos se dedican a solucionar problemas y a gobernar; pero por ningún lado aleccionan políticamente a nadie. Y siendo Suiza el único país del mundo que tiene como lema la paz y la neutralidad, es el único país del mudo que tiene a todos sus ciudadanos armados para defender su independencia. Todos sus ciudadanos son civiles en caso de paz y militares en caso de guerra, y policías en el día a día. Suiza es el único país del mundo que aprecia su cultura, su trabajo, su prosperidad. En su antípoda estamos los españoles que somos “El Coño de la Bernarda” Y así nos toman. So. Andrés Castellano Martí. Gracias.
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